José Zárate (Compositor)
JOSÉ ZÁRATE: LOS ARGUMENTOS DE LA MISERICORDIA
Juan Carlos Mestre
Poeta, grabador y ensayista
Premio Nacional de Poesía 2009
Conocí a José Zárate bajo las cúpulas de bronce bruñidas por el sol de un ya lejano otoño romano. De su cabaña de músico, entre el bosquecillo de lauros de una de las laderas del Gianicolo, donde por entonces tenía su estudio, brotaba al atardecer una analogía de formulaciones acústicas y sustancias mercuriales; es decir, la niebla de una mediación sagrada entre la necesidad del crepúsculo y el tósigo consuelo que enaltece a los moradores del alba. Zárate trabajaba hasta la madrugada, cuando los pájaros que no han nacido para morir regresaban al jardín donde Keats, en un mismo acto de justicia, apagaba las estrellas y encendía las rosas. Acaso José Zárate aún no fuera tan joven como ahora, y su música, como el vecinal muérdago en las vísperas festivas del invierno, fuese solo un preámbulo de la futura razón de su definitiva residencia en lo únicamente para él vital, la realidad sonora como discurso configurante de su personalidad artística, y también la casa espiritual de su ser.
Por aquel entonces José Zárate vivía en la juventud radiante de la música, como ahora la música, ya radical poética de su pensamiento adulto, vive en Zárate. Mas su poema de ayer no era disímil a la envolvente mansedumbre de la declamación con que actualmente envuelve su sinfonía el mundo. Su sintaxis de aquel tiempo es hoy, ante los vacíos de conciencia de la dicción contemporánea, un acto de inteligente encantamiento, aquel acto único que nos revela y permite el acceso a una realidad hasta entonces velada. Zárate, múltiple e intenso en la brevedad de sus locuciones, nos entrega la llave de una casa moral, un lugar en el hogar de los fonemas tímbricos, lo que equivale a otorgarnos un lugar en la esperanza, en la significativa armonía de su quehacer tan utópico como demiúrgico, con el que nos traduce e interpreta el mundo.
La música de Zárate, la plenitud de su decisión, es ahora la delicadeza y el clamor, la última palabra que la vida tiene sobre la vida. Eso es su música, un estado de creencia, otro proceder, una manera definitivamente insurgente de estar en la ilegal belleza del mundo. Habla en Zárate el poeta músico y el anotador de los innumerables signos que pueblan la partitura del universo; hablan a través de él las pupilas ávidas de los enamorados y las manos hechas fuente de los que van a saciar la desesperación de su propio tiempo; los que piensan que la vida carecería de sentido sin una causa de luz: la noche en que las muchachas de Shakespeare, las lechuzas hijas del panadero, abren su corazón a las fugaces y reemprende la Tierra su tarea moral en la restitución de lo hurtado.
Esta música de José Zárate es el idioma de una confraternidad, el humo de los mármoles de la poesía elevándose sobre las escorias de la rendición; en este momento, cuando tantos han desertado de su encargo y la necesidad de albor golpea las puertas de los mercaderes de la noche. Esta música se añade al cometido genésico, al trabajo de las remotas dimensiones astrales sobre los pozos y las mareas. Estas músicas, inscritas ya en lo eternamente del otro, la otra habla de las cosas, son la conciencia cómplice y éticamente transformativa de quien escucha; es la trasmutación en sonido de las sustancias que dan argumento a lo silenciosamente diminuto y a la grandiosidad de lo telúrico retumbando más allá de lo audible. Una obra, la de Zárate, hecha con unción y empatía hacia lo humano, último y acaso único fin de toda ocupación, exigencia y responsabilidad artística.
De ese tan innato como cultivado proceder de Zárate deviene la consoladora condición de su intuitiva inteligencia y la materia sin tiniebla de su música. José Zárate, no uno, sino el más leal de cuantos armados con una ardiente paciencia entrarán en la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Eso pienso, en eso creo cuando lo escucho, ese vínculo y visión de ritmo, ese imán, como dejó escrito Octavio Paz en El arco y la lira, no medida ni tiempo dividido en porciones, sino la máxima tensión, el golpe de dados de Mallarmé en el silencio, el Espíritu Nuevo sobre las cenizas de alguna remota belleza, de alguna aún vivísima brasa de la verdad.
Zárate sueña. Zárate sueña en música.
Juan Carlos Mestre. 2017
Para acceder al texto completo hacer click aquí:
Zárate sueña en música