Dos descensos al abismo y un alivio cómico Erwartung y La voix humane en el Teatro Real
26/03/2024
Una crítica de Ismael G. Cabral para El Compositor Habla
Madrid. Teatro Real. 17-III-2024. Ermonela Jaho, Malin Byström. Orquesta titular del Teatro Real. Director musical: Jérémie Rohrer. Puesta en escena: Christof Loy. La voix humane, Poulenc; Erwartung, de Schoenberg.
El Teatro Real ha demostrado llevarse bien con Arnold Schoenberg. Ha ofrecido, en años todavía relativamente recientes, dos posibilidades de su ópera
Moses und Aaron (una escénica, otra maravillosa en concierto, con la SWR). Y en el año actual, el de su 150 aniversario, ha sumado un
Pierrot Lunaire dramatizado (del que dimos cuenta
aquí) y ahora
Erwartung, en una personalísima y clarividente lectura (también osada, mucho) de Christof Loy.
¿Se inventó la ópera atonal con este título? Tal vez, aunque la atonalidad ya llevaba unos añitos en el mundo de la música académica. Verdad es que el compositor vienés quiso hacer algo nuevo, y vaya si lo hizo. Con la música, con la voz, no con el texto. Pocas veces tuvo tino Schoenberg con los sustratos literarios que seleccionó, casi siempre nadando a la contra estética de su trabajo, como si tuviera un pensamiento alucinado para lo sonoro y otro conservador y decimonónico para las palabras. Del libreto de Marie Pappenheim se podrán extraer todas las conclusiones psicoanalíticas que se quieran -algunas de ellas conectadas con la propia biografía del músico, lean en este sentido
¿Por qué Schoenberg?, de Harvey Sachs, de reciente publicación en Taurus- pero su farragosidad hace que, una vez anticipados en lo que nos cuenta su protagonista, no nos interese en exceso sus farfollescas descripciones del bosque de noche y de algunas de sus especies arborícolas. En esta producción, Loy se inventa a un muerto viviente, el personaje ausente, el del hombre que hace enloquecer a la protagonista.
El bosque, como tal, se cuela por unos grandes ventanales de un apartamento moderno perfectamente amueblado y todo el estremecimiento se confía, sobre todo, a lo que acaece en una cama, lugar físico de placeres y conflictos, en ocasiones, de aguijón mucho mayor que el que podamos experimentar en un sendero frondoso. No habrá adjetivos suficientes para describir el lugar al que llevó a die Frau, a la Mujer, la cantante sueca Malim Byström. Proyectó la voz de manera imponente, enloqueció de manera convincente y doblegó a la orquesta del Teatro Real que la cuidó, pero sin ponerle las cosas sencillas. Jérémie Rhorer fue a su vez un ejemplar orquestador que extrajo todo el cromatismo posible de los pentagramas de
Erwartung, con los que tan pronto parecía acariciar como acuchillar a Byström. Esta, con su timbre grave, con la voz sin descentrarse ni un milímetro y con un uso de los reguladores prodigioso conquistó toda la complejidad técnica y psicológica de un personaje muy por encima de su texto.
El apartamento de
Erwartung es una consecuencia del de
La voix humaine que descubrimos primero y que está como abocetado; es el mismo pero más luminoso y sin calor, sin humanidad, o poniéndonos más prosaicos, sin apenas muebles, como en tránsito. Otro tránsito a la locura es que propuso Francis Poulenc, este sí, sabiamente aliado con Jean Cocteau. Porque el monodrama del francés es harina de otro costal. No solo porque no naufrague el hilo, también porque el crescendo tortuoso de la única protagonista es creíble y capaz por ello de traspasar el escenario. Yerra Loy en corporeizar a Marthe, una Rossy de Palma que sortea mohines sin saber donde colocarse y sin aportar mayor enjundia. No es achacable a ella, que tendrá su propio festín en este retrato de tres damas descalzas y con serios problemas amorosos. La voz de Ermonela Jaho no es grande pero lo suple con la inmensa ductilidad con la que sabe moverla y aprovechar todos los recursos a su alcance. También, y como Byström, es una excelente actriz, aunque lleva con ella todos los tics de diva que tanto encantan al público más afín al repertorio tradicional. Tampoco es decir que a
La vox humaine le siente mal ese punto de estatosférica altivez, entiéndase como una pieza de la más alta cultura burguesa que, recientemente, encandiló a Pedro Almodóvar y a la actriz Tilda Swinton para mostrarla en modo cinematográfico. Volviendo a Jaho, esta fraseó con elegancia y supo dotar de una miríada de colores tímbricos los diferentes estadios que atraviesa su camino a la más absoluta desolación.
En medio, por idea de Christof Loy, la actriz Rossy de Palma calzó su monólogo
Silencio incluso canturreando. No molestó y resultó tan espartano en sus reflexiones sobre el asunto romántico como divertido e intrascendente. Fuera pertinente o no sirvió para aligerar el peso de una función no precisamente exenta de ella, aunque su asumido carácter de alivio lo haga merecidamente olvidable.
Las fotos son de Javier del Real y han sido facilitadas por el Teatro Real
Una crítica de Ismael G. Cabral, marzo 2024
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