ISSN 2605-2318

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«Ludovic Morlot, embajador de Ravel en el siglo XXI»


29/04/2024

Una crítica de Paco Yáñez para El Compositor Habla




MAURICE RAVEL: Le Tombeau de Couperin; Ma mère l’Oye; Pavane pour une infante défunte. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya. Ludovic Morlot, director. Mike George, producción musical. Stephen Rinker, ingeniero de sonido. Santi Barguñó, dirección editorial. Un CD DDD de 59:11 minutos de duración, grabado en la Sala Pau Casals de L’Auditori de Barcelona, en julio de 2023. L’Auditori LA-OBC-007.


En la estupenda entrevista a Ludovic Morlot que la directora de El Compositor Habla, Ruth Prieto, publicó el pasado 15 de abril, el actual titular de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) afirmaba que su misión en la integral de cuyo primer lanzamiento les damos hoy cuenta era «ser realmente el mejor embajador de Ravel», algo que —adelantémoslo ya— consigue plenamente el maestro francés, dejándonos tres lecturas muy notables en las que se unen una frescura y una espontaneidad propiamente mediterráneas, que aquí aporta la OBC, junto con la ya reconocida disciplina y rigor en el respeto a la partitura que viene caracterizando a Ludovic Morlot en sus sucesivas titularidades de orquestas europeas y norteamericanas.
 
Ese respeto se acrecienta, en este caso, por una cuestión de orden musicológico, pues Ludovic Morlot pretende utilizar en la grabación de esta integral en seis discos compactos de la obra orquestal de Marice Ravel las ediciones revisadas de las partituras del compositor galo hasta ahora publicadas por la Ravel Edition, proyecto en el que Morlot está involucrado, así como en las celebraciones que en 2025 festejarán en todo el mundo el 150 aniversario del nacimiento de Ravel.
 
Las credenciales discográficas con las que Ludovic Morlot llegaba a esta integral raveliana al frente de la OBC apuntaban ya muy buenas maneras, incluyéndose un estupendo compacto dedicado a los dos conciertos para piano de Ravel y a las Noches en los jardines de España (1909-15), de Manuel de Falla, dirigiendo a la BBC Scottish Symphony Orchestra (Hyperion, 2016); además de hasta tres lanzamientos en el sello de la Seattle Symphony Orchestra en los que la música de Ravel se combinaba con la de otros destacados compositores del siglo XX.
 
En este marco, el que hoy presentamos sería, por tanto, el primer disco de Ludovic Morlot íntegramente dedicado a Maurice Ravel, algo a lo que se suma el hecho de que, hasta donde tengo noticia, la de la OBC será la primera integral que una formación sinfónica española dedique a las obras orquestales del compositor galo, por lo que las primicias vienen, aquí, por partida doble (o triple, si añadimos que éste es el primer disco en formato CD del sello de L'Auditori).
 
El comienzo de esta singladura discográfica (que tiene previsto completarse en 2026) viene marcado por un diálogo de Maurice Ravel con la tradición barroca de su Francia natal, por medio de Le Tombeau de Couperin (1914-17, orq. 1919): una grabación que nos depara la primera sorpresa de esta integral raveliana, y no me refiero a una prestación musical digna de una orquesta europea de alto nivel, sino al infrecuente hecho de que Le Tombeau de Couperin se componga en este compacto de seis piezas, y no de las cuatro habituales en la discografía de la obra en su versión orquestal.
 
Ello es debido a que, además de los cuatro movimientos orquestados por Ravel desde la partitura original para piano solo (Prélude, Forlane, Rigaudon y Menuet), Ludovic Morlot incluye en su grabación con la OBC los originales pianísticos Fugue y Toccata en la orquestación del compositor británico Kenneth Hesketh (Liverpool, 1968). A mayores, Morlot respeta aquí el orden de las piezas en la edición pianística, con Rigaudon antes que Menuet: dos piezas que en la versión orquestal invierten su secuencia original.
 
Por tanto, con Prélude entramos a ese universo repleto de evocaciones, guiños estilísticos y dedicatorias personales que es Le Tombeau de Couperin, con un dúo de oboe y corno inglés de marcada presencia pero que, al contrario que en otras versiones de la edición orquestal que casi se convierten en un concierto para tal dúo y orquesta, Ludovic Morlot opta por equilibrar mucho más a la OBC como conjunto prácticamente camerístico, alcanzando una transparencia que será marca de la casa en todo el compacto y que enraíza su batuta en enfoques ravelianos tan franceses y fieles a la partitura como los de Pierre Boulez (CBS, 1973; Deutsche Grammophon, 1999), si bien con un punto de sensualidad y libertad en el trazo algo mayor, a lo que se suman los ecos populares en las maderas y un más expresivo desenfado en las cuerdas.
 
Es un Prélude, éste de la OBC, de gran luminosidad y elegancia, muy homogéneo en tempo y de una centralidad a nivel rítmico que también marcará a la mayor parte del disco, con pequeñas excepciones que conferirán de forma muy premeditada, por lo general, un matiz de color, cual pinceladas de atento miniaturista (3:44, 3:27, 5:51, 3:20, 4:47 y 4:20 minutos le dura a Ludovic Morlot cada pieza de Le Tombeau de Couperin). El ritardando que el director lionés marca en los últimos compases de las cuerdas, tras la secuencia de arpa y viento-madera, es paradigmática al respecto, así como muy bella por la suspensión que crea, con una OBC ingrávida durante unos instantes: verdadero suspiro en la levedad.
 
La primera orquestación de Kenneth Hesketh nos llega con Fugue, número en el que un continuo uso del pizzicato en las cuerdas nos remite a la pulsación del teclado en el original pianístico: métrica que los vientos expanden, creando las voces más cromáticas y texturales de esta fuga en clave tan francesa, por su transparencia y ligereza, constantemente dirigida hacia la luz. No hay, en el trabajo de Hesketh, un uso tan prolijamente extensivo de toda la plantilla como en las orquestaciones del propio Ravel, como tampoco las capas de la misma se muestran tan intrincadas e imaginativas; cosa, por otra parte, que era de esperar, pues, como señaló el propio Ludovic Morlot a Ruth Prieto, muy posiblemente con Ravel estemos ante el mejor orquestador de todos los tiempos. En todo caso, algunas decisiones de Kenneth Hesketh son netamente ravelianas y, a pesar del sentido tan arquitectónico y estructural de esta fuga, la OBC vuelve a destilar cierto desparpajo de sonoridad popular que le confiere desenfado y calidez a su lectura.
 
De nuevo de la mano de la orquestación original del año 1919, en Forlane vuelve a mandar el equilibrio en la OBC, con una cuerda grave que me ha parecido soberbia en toda su lectura de Le Tombeau de Couperin, tanto en pizzicato como en arco. A ella se suman unas maderas de gran efusividad, bien marcadas y fraseadas, con un timbre convincentemente empastado en lo que es una de las claves de esta interpretación: el diálogo tan equilibrado entre todas las secciones de la orquesta catalana. A ello ayuda sobremanera la gran precisión rítmica de Ludovic Morlot, muy apoyado, al respecto, en los pizzicati de cuerdas y arpa. Tal planteamiento depara, de nuevo y en global, un enfoque métricamente muy homogéneo y vivo, sin rubato ni licencias más allá de detalles como el ya señalado en el final del Prélude.
 
La presencia de Rigaudon como cuarta parte de Le Tombeau de Couperin se nos hará extraña (por la inversión antes explicada), pues asociamos este número a su enfática apoteosis como final de la suite orquestal. En esa línea lo expone Ludovic Morlot, ya desde unos primeros compases muy enérgicos que parecen reclamar su ubicación como cierre del ciclo. Con el cambio de tempo marcado en la sección central, las maderas de la OBC asumen una bien definida preponderancia y un canto entre lo mistérico y lo sensual, dejándonos velados ecos orientales, tan del gusto de la Francia de comienzos del siglo XX.

 
«La reexposición del tema inicial vuelve a ser nuevamente asertiva y contundente, con un final muy acentuado y vigoroso que nos muestra a una orquesta en plenitud»
 






Último número orquestado por Ravel, Menuet nos sorprenderá, de nuevo, por la inversión del orden habitual, pero rápidamente seremos seducidos por su lirismo en esta versión, así como por su coherencia en timbre y color con los números previos, otorgando pertinencia a la decisión de Ludovic Morlot de optar por la secuencia original de la suite para piano. Como en la sección central de Rigaudon (reforzando la estructura en Le Tombeau de Couperin), es especialmente hermosa en esta lectura de la OBC su apuesta por un lirismo muy bellamente conseguido gracias al empaste de cuerdas y maderas, con su tonalidad tan dorada y crepuscular: cromatismo que diría repujado por Morlot a través de sutiles gradaciones dinámicas que hacen que ciertos atriles adquieran una mayor preponderancia y, con ellos, sus timbres, cual paleta pictórica. En una nueva apuesta por la naturalidad y la mesura en el tempo, ni siquiera el último crescendo se fuerza, en absoluto, desgranándolo la OBC de forma delicada, poética y brillante, lo que nos deja unos últimos compases de Menuet nuevamente suspendidos y mistéricos.
 
Con la segunda orquestación de Kenneth Hesketh, la de la Toccata, concluye esta notabilísima interpretación de Le Tombeau de Couperin, aún con la evocadora serenidad del tan bello final de Menuet resonando en nuestros oídos. Hesketh se muestra, aquí, más enfático y grandilocuente, fiel a la forma tocata que inspira a esta pieza, por lo que, dentro de la centralidad armónica y dinámica que prima en el conjunto de la suite, aquí nos encontraremos con algunos de sus clímax más verticales y musculados, sin por ello renunciar a la luz y a una motilidad de las secciones orquestales incansable, apoyada en un ritmo acechante que Ludovic Morlot no deja de retroalimentar, retomando lo más vital de los cinco números precedentes, únicamente con mínimas cesuras para tomar impulso hacia unos últimos compases en un crescendo de resolución algo roma que dudo hubiese firmado Ravel, de haber orquestado su Toccata, lo que no empaña las muy buenas sensaciones que, en conjunto, nos deja esta puerta de entrada a la integral Ravel de Ludovic Morlot y la OBC.
 
Esas buenas sensaciones no harán más que acrecentarse en la segunda grabación de este compacto, en la que Ludovic Morlot utiliza ya la nueva edición de Ma mère l’Oye (1908-10; orq. 1911) a cargo de la Ravel Edition. Los resultados de emplear una partitura que clarifica con tal nitidez todas las capas y voces de este enorme trabajo son impresionantes, haciendo de esta lectura la más redonda y sobresaliente del disco, así como una de las más logradas en la fonografía de una obra que no anda escasa de referencias a tener en cuenta (tanto en la suite como en el ballet completo), como las dirigidas por Charles Munch (RCA, 1958), Pierre Boulez, (CBS, 1975; Deutsche Grammophon, 1993), Carlo Maria Giulini (Sony, 1989) o André Previn (Deutsche Grammophon, 1997), por citar algunas de mis favoritas, que, a su vez, ofrecen muy diferentes formas de comprender la obra.
 
De entre ellas, la versión que nos ofrecen Ludovic Morlot y la OBC está a caballo entre la precisión y el rigor analítico de Pierre Boulez, el sabor netamente francés de Charles Munch y la fidelidad al carácter infantil de la obra del tan teatral y colorista André Previn; por lo que, con tales ingredientes, estamos ante una grabación de Ma mère l’Oye completísima, ya desde que la entrada de los metales y las maderas nos dibujen, en Prélude y Danse du rouet et scène, a una orquesta que se convierte en paisaje, narración y personajes: complejidad que hilvana y a la que da salida Ludovic Morlot a través de un pulso rítmico que diría acusadamente prosódico, por lo que, en global, pareciera que estuviésemos escuchando un cuento, por la fluidez y la entonación de los instrumentos, convirtiéndose la OBC en un laberinto de cámaras secretas y recovecos, cual novela bizantina o muñecas rusas (u orientales, pues los ecos de la música asiática se vuelven a multiplicar en esta versión, otorgando exotismo y matices de una enorme belleza).
 
En clave de directores franceses actuales, considero que el trabajo más personal, en lo que a Ma mère l’Oye se refiere, es el de François-Xavier Roth al frente de Les Siècles, cuya grabación del año 2016 para Harmonia Mundi abunda en lo ya conocido a Roth, con uso de instrumentos de época y un cuidado en la búsqueda de una sonoridad historicista de la que Ludovic Morlot se desliga, pues su enfoque es —diría— desde la modernidad que Ravel propicia en décadas sucesivas del siglo XX; incluso, en el propio Olivier Messiaen, por el trabajo con el color, los timbres y los motivos aviares de Ma mère l’Oye. Estamos, por tanto —y parafraseando a Schönberg— ante "Ravel, el progresista", lo cual no quita el que otra de las características de esta versión sea su calidez, su humanismo y una importante dosis de ternura que hace que, como en otras de las versiones antes mencionadas (especialmente, las de Previn y Giulini), Ma mère l’Oye vuelva a convertirse, en manos de Ludovic Morlot, en una de esas partituras que nos reconcilian con la vida, cuando los ánimos flaquean.
 
«El luminoso Jardin féerique con el que la OBC corona esta excelente versión así lo vuelve a demostrar, siendo de una delicadeza y de una elegancia exquisitas»







Cierra este disco una notable lectura de la Pavane pour une infante défunte (1899, orq. 1910), aunque no alcance los altísimos niveles antes escuchados en Ma mère l’Oye; en parte, por algo de premura en la dirección, en línea con estos tiempos de batutas más aceleradas que la mayoría de las de los grandes directores de la segunda mitad del pasado siglo. Es así que, aunque en las dos primeras partituras de este compacto el tempo estaba, en general, muy en su sitio, en la Pavana presenta cierta celeridad, si pensamos en qué posición se sitúa la versión dirigida por Ludovic Morlot a la OBC en comparación con otras referencias en la discografía de esta partitura, como vemos en la siguiente lista:
 
5:36 minutos, Charles Munch (RCA, 1962).
5:43 minutos, Ernest Ansermet (Decca, 1960).
6:04 minutos, Daniel Barenboim (Erato, 1991).
6:09 minutos, Ludovic Morlot (L'Auditori, 2023).
6:14 minutos, Seiji Ozawa (Deutsche Grammophon, 1974).
6:16 minutos, Pierre Boulez (CBS, 1970).
6:20 minutos, Pierre Monteux (Decca, 1961).
6:20 minutos, George Szell (CBS, 1963).
6:26 minutos, Jean Martinon (EMI, 1974).
6:27 minutos, Fritz Reiner (RCA, 1957).
6:35 minutos, Claudio Abbado (Deutsche Grammophon, 1985).
6:38 minutos, Bernard Haitink (Philips, 1975).
6:38 minutos, Pierre Boulez (Deutsche Grammophon, 1999).
6:40 minutos, André Previn (EMI, 1978).
6:41 minutos, Charles Dutoit (Decca, 1983).
6:42 minutos, Eliahu Inbal (Denon, 1988).
6:43 minutos, Charles Munch (EMI, 1968).
6:58 minutos, Carlo Maria Giulini (Deutsche Grammophon, 1986).
7:01 minutos, André Cluytens (EMI, 1962).
7:06 minutos, Herbert von Karajan (Deutsche Grammophon, 1985).
7:13 minutos, Georges Prête (EMI, 1987).
7:40 minutos, Daniel Barenboim (Deutsche Grammophon, 1981).
7:48 minutos, Carlo Maria Giulini (Sony, 1994).
9:09 minutos, Sergiu Celibidache (Hommage, 1970).
 
Por tanto, tendríamos que irnos a clásicos como Ernest Ansermet o, especialmente, Charles Munch, en su grabación con la Boston Symphony Orchestra del año 1962, para encontrar un tempo claramente más rápido, con sus vertiginosos 5:36 minutos: duración que a todas luces debió parecer exagerada hasta al propio Munch, pues seis años más tarde, en su registro con la Orchestre de Paris para la EMI, se fue a unos más mesurados 6:43 minutos que se corresponden, en mayor medida, con la indicación de Lent que especifica la partitura. No quiere ello decir, en absoluto, que a más duración la versión sea de mayor calidad, pero un poco más de aliento expresivo no hubiese venido mal aquí; máxime, porque la belleza de lo expuesto por la OBC es mucha, pero se nos hace una versión presurosa, cuando un fraseo más paladeado y suspendido la hubiese elevado varios enteros.
 
En conjunto, y con Ma mère l’Oye como versión más sobresaliente del disco, se percibe en estas tres grabaciones un muy concienzudo trabajo en estudio, digno de un director tan perfeccionista como Ludovic Morlot. Soy oyente habitual de los conciertos que de la OBC transmite Radio ¿Clásica? los fines de semana, y pese a la innegable calidad de la orquesta catalana, en vivo raro es escucharla con este nivel de perfección y detalle, lo que nos habla de un disco grabado a la antigua usanza, puliendo cada detalle y tirando, o eso parece, de edición para conseguir la versión más redonda de cada partitura: trabajo realizado con total coherencia y sin que se note corte de edición alguno en el compacto.
 
Y es que, desde un punto de vista técnico, la grabación de las tres interpretaciones aquí reunidas es otro de los platos fuertes de este primer volumen de las obras orquestales de Maurice Ravel. Estamos ante unas tomas de sonido realmente calculadas al milímetro y pensadas, quizás lo más importante, en función de las claves musicales hasta aquí desgranadas, por lo que prima una edición en la que se escucha cada atril de la orquesta catalana con una definición espacial como pocas veces hemos percibido en Ravel; algo que se hace extensible al conjunto de las diversas secciones orquestales, radiografiando las partituras y otorgando a la OBC una presencia que diría tridimensional; fruto, a mayores, de su registro en alta resolución a 24 bit 96 kHz en estéreo.
 
De este modo, tras las sucesivas novedades discográficas que, desde el sello de L'Auditori de Barcelona, nos han ido llegando en los que están siendo sus primeros meses de existencia, por fin disfrutamos de su primer lanzamiento en formato físico, con una cuidada presentación que incluye notas (en inglés, francés, castellano y catalán) a cargo del musicólogo manresano Oriol Pérez i Treviño, además de fotografías y de los créditos completos de las grabaciones.
 
El único pero que le pondría a este lanzamiento es el formato físico del propio digipak, cuyas dimensiones son las de un DVD, algo que imposibilita el que coloquemos en nuestras discotecas este lanzamiento de L’Auditori junto con el resto de nuestros discos de Ravel. Es un error que ya cometió en su día la Orquesta Nacional de España con el sello de la propia ONE, también de tamaño DVD y que tuvimos que ubicar fuera de la zona de los compactos. Con ello no podremos normalizar algo que sería tan importante como el que las estupendas interpretaciones de Ludovic Morlot y la OBC compartan estante (pues la mayoría de nosotros tenemos en casa estanterías para la altura de un CD, no de un DVD) con las grabaciones clásicas de Ravel: las de algunos de los directores aquí ya citados. Y es una pena que esto suceda, precisamente, cuando una orquesta española está ya en condiciones de aportar una visión con calidad y personalidad propia a una discografía tan generosa y abundante en excelencias como la de Maurice Ravel.





 
© Paco Yáñez, abril de 2024

Más información en la página web de L'Auditori.
 
 








 

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