ISSN 2605-2318

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«Louis Aguirre: el atavismo de lo afrodescendiente en diálogo con la música de vanguardia»


25/06/2024

Una crítica de Paco Yáñez para El Compositor Habla



LOUIS FRANZ AGUIRRE: Egungun: Ará Orun; Toque a Eggun; Bembé; Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison); Wemilere a Eleggua y Oggún (Liturgia de la Presencia Divina). SoXXI Percussion Group. Joan Soriano, Associació Cultural Apart y Mathias Reumert, productores. Pau Chafer, Damián Aragó, Joan Soriano y Sebastian Vinther Olsen, grabación y mezclas. Un CD DDD de 66:48 minutos de duración grabado en Canals, Estudio RC Records de Valencia y en el estudio de la Associació Cultural Apart, en 2022 y 2023. Ekkozone Records 02.
 


«Procedo de una cultura en la que el ritmo es la razón de ser de la vida y la muerte. Donde los tambores son un medio para rendir culto, comunicarse y llamar a los Orishas para que bajen a la Tierra».
 
Con estas palabras, el compositor cubano Louis Franz Aguirre (Camagüey, 1968) presentaba en Ekkozone Records el que fue su primer lanzamiento en el sello danés, Orula, un recopilatorio de tres partituras fechadas entre los años 2004 y 2020 en las que la percusión adquiría una gran importancia, como lo hace ahora en el que es su segundo lanzamiento en Ekkozone: un disco que tiene su conexión española de la mano de SoXXI Percussion Group, conjunto que aquí forman Borja Donet, Andreu Queralt, Miguel Ángel Real, Sergi Dauder, Josep Furió y Joan Soriano.
 
Por tanto, podemos decir que en la música de Louis Aguirre se entrecruzan dos culturas con una fuerte impronta en lo que a la importancia de la percusión se refiere: por un lado, la africana, a la que el propio Aguirre se refería en el texto que encabeza esta reseña, al mencionar a los orishas (espíritus de la religión yoruba cuya presencia llega hasta los imaginarios del pueblo cubano); por otro, la española, pues a Cuba también arribó un acervo que, como el que conforman las regiones de España, está especialmente marcado por la percusión, con una mención especial para la propia Valencia en la que el grupo SoXXI está basado (sumándose a estas influencias externas las derivadas del propio folclore cubano, cuya música popular tanto abunda, asimismo, en lo percusivo).
 
Sintetizando, así pues, tan potentes sustratos culturales, nuestro recorrido por Egungun comienza, precisamente, por la pieza que da nombre al disco, Egungun: Ará Orun (2006-07), obra que fue, asimismo, la primera del compacto en ser compuesta. Estamos, como en el resto del disco, ante un sexteto que se benefició de la residencia artística que Louis Aguirre disfrutó a lo largo de los últimos años en el Festival SoXXI de Canals (Valencia), lo que le permitió establecer un trabajo mano a mano con el conjunto que aquí graba su obra; de ahí, los espectaculares resultados de estas cinco grabaciones a nivel técnico y expresivo, con una visceralidad que es puramente catártica: uno de los aspectos que más destaca en la música de Aguirre el director artístico de SoXXI, Joan Soriano, percusionista que sobre este compacto afirmaba a la revista Ritmo (en entrevista con Lucas Quirós):

«estamos ante un disco extremo que recorre las texturas más etéreas y las más sobrecogedoras y salvajes sonoridades. Es música bien construida, fruto de la combinación de ancestrales sabidurías y de la mística del universo teogónico afro-cubano y los conocimientos de la música carnática y su sofisticado sistema armónico y rítmico, principalmente, de los que Aguirre ofrece una visión renovada y singular».
 
Egungun: Ará Orun posee la fuerza del momento primordial, el anhelo de ser de lo genésico, remitiéndonos a un estadio fundacional en el que se conforma el sonido desde el rumor más primigenio en lo instrumental y desde una guturalidad que, en lo vocal, no es capaz, aún, de articular un lenguaje, lo que establece vínculos directos con ese gran estudio de los estadios de la escritura que recientemente vimos en El Compositor Habla con el ciclo KHÔRA, de José María Sánchez-Verdú.
 
En sus 10:36 minutos de duración, desde los roces de superball en las membranas hasta la desaforada percusión metálica, todo parece recrear un estado de tensión, miedo y alerta ancestral, cual banda sonora alternativa para ese violento amanecer del hombre descrito por Stanley Kubrick en el comienzo de 2001: A Space Odyssey (1968). En ese estadio fundacional, Egungun: Ará Orun se convierte en un intento de decirse, de articular un habla, fundiendo Louis Aguirre en su partitura ecos e influencias que van de la música afrodescendiente hasta György Ligeti, pues resulta imposible no escuchar en Egungun: Ará Orun ecos de las magistrales (y también presentes en 2001: A Space Odyssey) Aventures (1962-63) y Nouvelles Aventures (1962-65); en algunos compases, con gemidos, susurros y efectos fonéticos que casi parecen extraídos de los pentagramas del húngaro.
 
Ello es parte de un paisaje que conecta la vanguardia europea y el atavismo de raíz a través de lo visceral, y en ello no escatima un ápice SoXXI, con una versión que se convierte en un ejercicio de catarsis (que se imagina que agotador) en el que la fisicidad cobra un rol fundamental: el gesto como energía musical, en un rasgo análogo con la pintura rupestre y los primeros estadios del arte humano, en los que la gestualidad resultaba prácticamente el hecho artístico en sí mismo, como proceso-producto que tanto potenció, siglos más tarde, el arte de acción en el siglo XX, como aquí lo es la proyección del cuerpo contra los sets de percusión y la creación de un entramado vocal que, con sus alaridos, gritos y desgarrados bramidos, hará que vivamos Egungun: Ará Orun de forma en absoluto cómoda: verdadero viaje al corazón de las tinieblas de un tiempo ancestral en el que los percusionistas de SoXXI parecen haberse lanzado a un ejercicio de involución y purga en busca de una purificación que se alcanza, únicamente, en unos compases conclusivos en los que un ritmo finalmente sincopado crea la ilusión de una métrica compartida, del comienzo de un entendimiento, así como rubrica la pureza y la capacidad sanadora del silencio, tras tamaña eclosión de violencia.
 
Con sus poco más de 3 minutos de duración, la segunda pieza del disco, Toque a Eggun (2008), funciona —según Joan Soriano- «como preludio a un amplio universo dramático-rítmico-timbrico desmesurado y en perfecto equilibrio». En este «preludio» desaparece la voz de los músicos y a lo que nos abismamos es a un fuerte contraste de tesituras y timbres entre un conjunto de bombos y un grupo de cencerros. Dos naturalezas acústicas, por tanto, en color piel o metal, pero una misma obsesión por el ritmo y los racimos de métricas que se van saturando o espaciando, como una danza profana en la que el cuerpo se repliega o expande para explicitar los dos principales vínculos de las religiones ancestrales que nutren los imaginarios de Louis Aguirre: el cielo y la tierra.
 
Si en Egungun: Ará Orun las reminiscencias de la avantgarde venían de la mano de György Ligeti —aunque hubiésemos podido sumarle al Mauricio Kagel más atávico de partituras como Improvisation ajoutée (1962), Phonophonie (1963-64) o la también plagada de ecos extraeuropeos Exotica (1971-72)—; en Toque a Eggun quien con más fuerza vendrá a nuestra mente es Iannis Xenakis, cuya percusión presenta, asimismo, rasgos arcaicos unidos a un pensamiento moderno realmente sofisticado: síntesis que Louis Aguirre representa, ya en el tercer milenio, con su música para percusión.
 
Dedicada «A mis Orishas», Bembé (2008) hace referencia en su título a un ritual festivo en el que predominan los tambores, así como la expresión de la felicidad y el goce. A pesar de la «endiablada» dificultad —así la define Joan Soriano— de la música de Louis Aguirre, los miembros de SoXXI han declarado en diversas ocasiones la alegría que les produce el tocar las piezas para percusión del compositor cubano; en especial, estos sextetos que en Bembé vuelven a mostrar su cara más rítmica, si bien complejizando la escena tímbrica con diversos instrumentos americanos, así como con la fricción, el rascado y los arpegios, lo que crea en dichas capas rítmicas macro y microestructuras que multiplican los estratos de complejidad y nos dan la sensación de escuchar a un ensemble mucho mayor que un sexteto: a toda una comunidad rural celebrando la fiesta del Bembé; una celebración en la que se alternan los solos y las danzas grupales, lo que añade diferentes niveles de complejidad a la partitura, en función de sus diversas estructuras, patrones y combinaciones instrumentales.
 
El desarrollo de Bembé nos conduce, en sus últimos minutos, a un progresivo accelerando de un frenesí implacable, convertido el sexteto en un verdadero tsunami que nos volverá a recordar a Xenakis. También lo hará la resolución de Bembé; y aquí se impone el final de una partitura del genio greco-francés que recientemente visitó las páginas de El Compositor Habla, Jonchaies (1977), por cómo igualmente Bembé concluye, tras la furia de las membranas, en lo que parece una lluvia de oro; aquí, en una percusión metálica convertida en pura luz tras la tempestad.
 
La disposición en este compacto de Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison) (2022) tras haber escuchado Bembé adquiere toda la lógica, si pensamos que en esta cuarta pieza del disco reaparecen temas escuchados en Bembé, reforzando el carácter festivo de las piezas centrales del álbum.
 
Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison) es una pieza de una complejidad estructural, rítmica y tímbrica notablemente mayor que las precedentes, así como lleva a cabo una síntesis más explícita de la música afrodescendiente y de aquélla llegada a Cuba desde Europa, a través de la dominación española; de un modo muy especial, la música religiosa, de la que Louis Aguirre toma un Kyrie eleison cuya aparición, sumada a continuos procesos espectrales en la percusión, hace que la presencia de la música litúrgica suene cual llegada desde otra dimensión, a modo de fantasmagoría o delirio. En este sentido, las sonoridades melismáticas resultan cruciales para reforzar esa musicalidad onírica e irreal que parece flotar desde un tiempo perdido, reapareciendo como amenaza. Joan Soriano explica en los siguientes términos su base técnica:
 
«El melisma recurrente es génesis de las enmarañadas texturas vocales-instrumentales de elementos contrarios alternantes, que a lo largo de la obra son abruptamente interrumpidas por secciones de densificación rítmica y despiadados unísonos».
 
A medida que Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison) avanza y nos acercamos al ecuador de la obra, los gritos sincopados de los percusionistas sobre glissandi y efectos ruidistas (en una enorme plétora instrumental) nos recordarán a las partes vocales de muchas de las obras instrumentales de George Crumb en las que la voz se utiliza, asimismo, para evocar un ritual arcaico o alzar una denuncia política y social. En este sentido, Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison) me ha hecho recordar una película de uno de los mejores directores de cine que haya dado Cuba, Tomás Gutiérrez Alea, que en La última cena (1976) también confronta la presencia del catolicismo en Cuba, como forma de dominación asociada a la aristocracia de origen hispano, frente a las figuras de los afrodescendientes que en esa cena impostada de estilo europeo dejan escuchar sus cantos cubanos.
 
La forma en que los cánticos más asociados al folclore afrocubano van variando rítmica, armónica y tímbricamente el Kyrie eleison cristiano es un buen ejemplo de esa aculturación con objeto de dominación llevada a cabo en el territorio americano por la aristocracia española, propiciando todo un recorrido de 26 minutos (la pieza más larga del disco) en el que ambos universos musicales chocan, se permean y dan lugar al final sincretismo que, a nivel religioso, tanto ha florecido en Cuba. Otra película de inspiración cubana, Le Sacre du Printemps (2003), de Oliver Herrmann, nos puede poner igualmente sobre la pista de un sincretismo análogo (añadiéndose, en el caso de Herrmann, todo el mundo, no menos atávico y ancestral, de la Rusia pagana retratada por Ígor Stravinski en el ballet que da nombre a la película del cineasta alemán).
 
El final de Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison) resulta tan curioso como perturbador: tras todo el recorrido de motivos religiosos, sonoridades espectrales, melismas, danzas catárticas y ruidos, la música queda reducida a una suerte de rumor sordo que parece sublimar los conflictos previos, dejando de ellos una huella imborrable, un último atisbo de tensión que flota en el sexteto buscando hacia dónde dirigirse: ¿el espíritu insaciable de lo que Borges llamaba la «historia universal de la infamia»?
 
Tras el sincretismo religioso repleto de danzas frenéticas y guiños humorísticos que Oriki y Bembé a Eshu (Kyrie eleison) nos dejaba, cierra el disco Wemilere a Eleggua y Oggún (Liturgia de la Presencia Divina) (2019-21), obra cuyo (sub)título porta nuevas reminiscencias de la música europea; en este caso, de las tres pequeñas piezas de título homónimo compuestas por Olivier Messiaen.
 
Lejos está, en todo caso, Wemilere a Eleggua y Oggún de la contemplativa música del compositor galo, aunque, como Messiaen, Louis Aguirre se haya nutrido en diversas ocasiones de la música hindú para estructurar sus abigarradas métricas. Éstas rozan lo frenético en la quinta pieza del disco, haciendo honor —como sostiene Joan Soriano en sus notas— a la predilección de Aguirre «por el exceso, el trance y el horror vacui», cuestión, esta última, que lo emparenta con la cultura árabe, como lo hace el uso de la percusión metálica (especialmente, con la música otomana): predominante en Wemilere a Eleggua y Oggún, primer gran sexteto dedicado por Louis Aguirre a SoXXI.
 
Otra afinidad (s)electiva que uno rememora al escuchar este último sexteto es la del compositor mexicano Samuel Cedillo, por el uso que éste hace de objetos y materiales considerados de desecho y en los que descubre insospechadas sonoridades que se convierten en toda una poética de la sociedad contemporánea. En el caso de Wemilere a Eleggua y Oggún, los bidones, los taladros, las llantas de automóvil, los muelles, los «mega-spring drums» o los percutores conviven con instrumentos más convencionales en la orquesta occidental, como las liras, los gongs, los tam-tams o el bombo, creando, todos ellos, una dramaturgia de la violencia que sirve a Louis Aguirre para remedar las andanzas de Eleggua (deidad yoruba que custodia los caminos) junto con el Oggún (o espíritu) de un guerrero.
 
Wemilere a Eleggua y Oggún (Liturgia de la Presencia Divina) se convierte en un perfecto final de trayecto para este compacto, ya no sólo porque volvemos a escuchar muchos de sus paisajes acústicos en una forma más desarrollada y compleja, sino porque sus referencias temáticas al camino hacen que, tomando el conjunto del disco como un proceso de catarsis, al llegar a esta meta el escuchar el final «¡Maferefún!» entonado por los percusionistas suene como una bendición, aunque casi en sentido inverso al que se da en la religión yoruba, pues si en ésta se pronuncia al entrar a un hogar, nosotros la escucharemos el salir del disco, tras haber habitado los 15:20 minutos que dura su última pieza y los 66:48 del compacto en total (aunque si la audición del disco supone nuestro primer contacto con la música de Louis Aguirre, de ese modo puede que el compacto, en conjunto, se pueda concebir como un umbral: el que nos da esa bienvenida al universo de un compositor con muchos laberintos sonoros que recorrer).
 
Como ya hemos venido anticipando a lo largo de esta reseña, las interpretaciones de SoXXI Percussion Group van mucho más allá de una ejecución musical al uso, involucrando a los seis miembros del conjunto valenciano en un trance físico y espiritual que implica desde la paleta gestual típica de la percusión contemporánea hasta toda una serie de acciones vocales en las que han de viajar a otras claves culturales que SoXXI enriquece con algunos de los ecos de las vanguardias europeas y norteamericanas citadas en este texto. Todo ello redondea un trabajo entre compositor y percusionistas que se antoja laborioso y en detalle, y del cual se deriva un festín sonoro de una fuerza apabullante.
 
Las grabaciones de las cinco obras incluidas en el disco ayudan poderosamente a reforzar esa sensación de inmersión en un mundo que trasciende la geografía y el propio tiempo, cual si nos hubiésemos deslizado, escuchando Egungun al completo, a un pasado ya remoto, del que Louis Aguirre y SoXXI hubiesen rescatado algunos de sus ecos. La tan cuidada edición del disco que nos presenta el sello Ekkozone nos ayudará a comprender mejor todo lo hasta aquí expuesto, gracias al detallado ensayo que en el libreto encontramos a cargo de Joan Soriano, acompañado de numerosas fotografías de los músicos de SoXXI, así como de los datos completos de las grabaciones y de los textos de Egungun: Ará Orun y Oriki y Bembé a Eshu.
 


EGUNGUN teaser from OFFBEAT on Vimeo.



 
© Paco Yáñez, julio de 2024
 
Más información en la página web del sello Ekkozone Records

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