ISSN 2605-2318

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Atelier de Discos 1: «Santi Gubini, Demoč y Fabrik Quartet, lenguajes en confrontación»


14/10/2024

Con Atelier de Discos Ismael G. Cabral arranca una serie de críticas sobre CDs imprescindibles.








Vivir un shock es
la mejor manera de comprender la música






SIMONE SANTI GUBINI

Schmelzpunkt. Klangrelief III. Die schwarze Ausstellung.
Ensemble Musikfabrik. Gregor A. Mayrhofer, director.
NEOS


 







En la página web de Simone Santi Gubini (1980) solo se recogen seis piezas (musicales), tres de las cuales han sido fijadas en este álbum monográfico de NEOS. Sabremos en seguida que el compositor romano proviene de la plástica, el mismo disco es ilustrado con una de sus obras pictóricas; Birth of the None, scene nº9. En lo que se puede apreciar, su impronta estética deviene en un violento cruce entre los telares desgarrados y retorcidos de Manuel Millares y la sanguinolenta bilis vertida por un Hermann Nitsch en su arte accionista. El precedente visual debe ponernos en situación, Die schwarze Ausstellung (The Black Exposition) es una absoluta barbaridad que desborda todos los contornos, los de la música compuesta, también los de la libre improvisación. Escrita en 2018 para orquesta amplificada de nueve instrumentos (!) y pedales, el orgánico da cobijo, entre otros atriles, a un clarinete bajo y a un saxofón barítono, tampoco elude al contrabajo. La querencia jazzera queda sin embargo en eso, en una mera apariencia.

Escribí una música que se puede entender a través del cuerpo. Sin interrogantes. Vivir un shock es la mejor manera de comprender la música. Cuando uno tiene un shock no lo cuestiona, solo después de vivirlo puede profundizar en él

anota Santi Gubini al respecto de esta partitura que recurre, masivamente, a una grafía textural llena de indicaciones para los ejecutantes, aquí dirigidos con una rabia incontrolada por Gregor A. Mayrhofer.
En su iracundia conecta con otras propuestas aproximadamente presentes, desde el Penderecki temprano a las beligerantes y decibélicas interpretaciones de Zeitkratzer, desde la saturación de Raphaël Cendo al doom acústico de Bára Gísladóttir. Sería sin embargo erróneo dejar una creación como The Black Exposition entreverada en esas referencias, como peor aún sería reubicarla en un imaginario cercano al free jazz. Santi Gubini tiene plena responsabilidad sobre el resultado y los elementos sonoros que dispone están meticulosamente organizados. Su furia no está exenta de un concienzudo estudio previo de las armonías presentadas, de la efectividad del continente electroacústico que la envuelve y, sobre todo, de cómo de este hormigón sónico se expelen frecuencias y líneas deshilachadas que guardan su propia coherencia con respecto al armazón. En modo alguno son desdeñables las otras dos piezas que anteceden al cataclismo; los primeros minutos de Schmelzpunkt (2013) supusieron una “liberación” para el autor. El clarinetista bajo Carl Rosman ataca la pieza con unos reiterados y repiqueteantes ostinatos llenos de terrosa ira. Se suma la flauta de Susanne Peters y los dos pianos de Benjamin Kobler que, en alguna secuencia tiene que tocar con varillas de madera que cubren todo el registro en busca de clusters que cargan constantemente la pieza de una energía luminosa; contagiada de la poética plástica de Amselm Kiefer. Otro creador plástico, el escultor Anish Kapoor se agazapa en los intersticios conceptuales de Klangrelief III (2023). Entendiendo que Santi Gubini ve en el “shock” y en las connotaciones de la expresión el eje de su pensamiento en este unison duo para clarinete contrabajo y saxofón barítono -ambos amplificados- trató de crear un marmóreo super instrumento que hiciera justicia al título en la tentativa de generar un sonido en relieve, por más que este, aquí sí, acabe colindando en tanto con las consecuencias de la libre improvisación. En términos puramente virtuosos, uno de los mejores discos del Musikfabrik. Y ya es decir.
 
 
 


 

Plena de vanguardia






FABRIK QUARTET

Fabrik Quartet (Federico Ceppetelli, Adam Woodward, violines. Jacobo Díaz Robledillo, viola. Elena Cappelletti, violonchelo).
BAD HOMBURGER


 







Las ocasiones están para exprimirlas y sacar el mejor provecho de ellas posible. Es lo que han hecho los miembros del Fabrik Quartet cuando el curso de música de cámara de Bad Homburger les posibilitó grabar un disco que fuera una óptima carta de presentación. El conjunto, que cuenta con el violista español Jacobo Díaz Robledillo como uno de sus integrantes, ha dejado marcada sus coordenadas con esta oportunidad: obras de Berio, Rihm y Saunders, más una pieza de nueva creación debida a José Luis Escrivà. Y en su relativamente breve trayectoria (el cuarteto fue fundado en 2022 tras un intensivo periodo de estudio de Tetras, de Iannis Xenakis, bajo observancia de miembros del Ensemble Modern) han logrado tener un calendario de conciertos apreciable y marcar algún hito, como la interpretación de String Quartet and Orchestra, de Morton Feldman, con la HR Sinfonieorchester en los Darmstädter Ferienkurse. Desde este mes de octubre (2024) reciben clases de Lucas Fels, violonchelista del Cuarteto Arditti. Y no es baladí la referencia, toda vez que es el conjunto creado por Irvine Arditti el primero que resuena tras escuchar los primeros compases de Sincronie (1964), de Luciano Berio (1925-2003). En la manera de atacar el Fabrik Quartet las homofonías de una partitura como esta, que intenta enroscar los cuatro atriles en uno solo, hay mucho de la estética ardittiana: el sonido, en general, se gusta en lo arisco, la expresividad habitúa a ser seca, como aspirada, e incluso la grabación remite a la adustez expositiva de los míticos discos que Arditti y los suyos grabaron hace años para Montaigne.

«Siendo como es una de las partituras más parcas y sobrias de Berio, la ejecución de los Fabrik no atenúa su consideración de obra de plena de vanguardia»

La impresión sigue siendo similar en Fletch (2012), de Rebecca Saunders (1967), una página que ya se ha erigido en una piedra de toque de la literatura actual para cuarteto de cuerdas. De nuevo las concomitancias con los Arditti, que la fijaron en un disco de Col Legno, vuelven a reproducirse. No hay nada censurable en ello, más aún, es admirable la capacidad de, aun mimetizándose, remachar con tanta pulcritud técnica la interpretación. Fletch es una exploración de gestualidad y de fragmentariedad; una pieza bronca recorrida por rapidísimos glissandos y estallidos en forte. El Cuarteto nº2 (1970) de Rihm (1952-2024) les permite desarrollar una voluntad polifónica mucho más acuciada, también un virtuosismo más canónico y desinhibido, más teniendo en cuenta la ausencia de indicaciones metronómicas. Es muy valorable el gesto de no asirse solamente a lo probado y dedicar parte considerable del álbum a una página de nueva creación como es Més enllà de la quarta dimensió (2023) de José Luis Escrivà (1984). Explica su autor que esta nace bajo la influencia de dos fenómenos: la dilatación del tiempo y el inconsciente. Esto se traslada a una música que despliega diversos procesos de aceleración y planos sonoros contrastantes y sostenidos, lo que permite una mayor penetración en ellos. El punto de partida, si bien encuentra correlato en la escucha, es sobre explicado en la obra, lo que acaba por ser un lastre argumental en los últimos minutos. El Fabrik Quartet la aborda con la misma atención que las piezas previas; lo que señala la alta implicación del grupo con la nueva música.


 




Introspección radical






DEMOČ
A Luca Marenzio II. Ma fin est mon commencement. Gebrechlichkeit.
Miroslav Beinhauer, piano
elsewhere


 

En El Compositor Habla hemos venido atendiendo la música y el quehacer del creador eslovaco, radicado en España, Adrián Demoč (1985), ya en una extensa conversación con él (que se puede leer aquí), ya en la reseña de uno de sus álbumes en el sello another timbre (enlazada aquí). Precisamente en aquel disco referíamos en términos sinestésicos (música de un color gris ceniza que busca el negro) una obra instrumental como Ma fin est mon commencement (2019) que ahora vuelve a presentarse en esta nueva grabación en una versión para piano solo (Piano se titula lacónicamente el nuevo registro). No se trata de una transcripción, más bien de una coloración nueva que transmite una calidad más obviamente desnuda.

«La música de Demoč es de una introspección radical; es una creación siempre calmada, discreta, pero en modo alguno estática, tampoco ni tangencialmente repetitiva»

Está persuadido de su estética lo que le permite seguir profundizando en ella y ahormando su creatividad a unos contornos muy bien definidos. Por tanto el terreno de juego, para quien llegue a él con escuchas previas, está muy claro. Y el pianista Miroslav Beinhauer demuestra conocerlo y amoldarse; su interpretación deja espacio a un silencio de presencia física, casi como si fuera un segundo instrumento en la sombra. Las notas nos llegan en letargo, amortiguadas también por una grabación que agiganta el impacto de estas músicas. A Luca Marenzio II (2018) abre el disco derivada de una composición original para armónicos naturales. La monocromía lograda por Beinhauer es de una poética plena. Oyéndola en el piano la volvemos a reimaginar, por qué no en un fortepiano, de registro más reducido, de ecos más discretos. Sería un ejercicio similar al recientemente realizado por el compositor Jürg Frey (tan cercano a Demoč en muchos sentidos) en su ciclo Les Signes Passagers. No es una ensoñación afirmar que a su lenguaje le sentaría bien la tímbrica de los instrumentos pretéritos, es prácticamente una constatación tras oír tantas de sus proposiciones. Es valioso hacer constar que la aportación más sobresaliente de todas es también la partitura más reciente, lo que habla de evolución del lenguaje y de la vigente atención que hemos de seguir poniendo en el autor. Gebrechlichkeit (2023) es una extensa partitura que tiene algo de obsesivo. Se exponen unos racimos de notas que son reiterados en medio de un panorama de tono sombrío, en el que la mitigación del sonido parece una preocupación constante. El ropaje de toda la pieza, que asume las consecuencias de su título (Fragilidad), tiende al resquebrajamiento; los ataques no son tan decididos, hay un devenir titubeante; como si la trayectoria de la música no se nos ofreciera tan claramente como en las obras anteriores. En todo caso, y aunque los puntos colindantes siempre existen y no se pueda hacer nada por esquivarlos, el desarrollo de la obra de Adrián Demoč cada vez guarda menos elementos concomitantes con sus orígenes (el colectivo Wandelweiser, Feldman, Cage en cierta medida) y es más fiel a los puntos de fuga impuestos por él mismo. O de otro modo, es esta una música que sigue hasta sus últimas consecuencias las limitadas pero suculentas directrices que se ha dado para sí misma.
 

 
 
 


 

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