ISSN 2605-2318

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Donaueschinger Musiktage 2024 #2 ¿Puede la música herirnos?


22/10/2024

Una crítica de Ismael G. Cabral para El Compositor Habla




En la segunda jornada, correspondiente al sábado 19 de octubre, el Donaueschinger Musiktage presentaba en sesión matinal una de las propuestas que más expectativas había suscitado. El estreno absoluto de …selig ist… para piano y electrónica, de Mark Andre, una obra que acabó desbordando la hora de duración y cuyo estreno corrió a cargo de Pierre-Laurent Aimard, presente por vez primera en el festival pese a ser un músico estrechamente comprometido con la creación actual. La escucha no defraudó, más allá, la pieza de Andre resultó ser tan gigantesca en contenido (no digamos en continente) que una primera audición solo puede ofrecer una somera aproximación al quid de esta música que, como siempre, en Andre, tiene un profundo cariz religioso. En este caso alude al Evangelio de San Mateo (“Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados”). Pieza que también aborda, en su andamiaje conceptual, la ascensión como concepto espiritual íntimamente ligado a la desaparición y que, según las notas al programa, también se articula como una suerte de réquiem sin palabras a la memoria de un niño (indicado así, sin mayor concreción).

Vimos desde el inicio cómo Aimard había interiorizado la partitura a un nivel incluso físico. Sus gestos de dolor -ante la imponencia de esta música severísima, de una sequedad luterana- acompañaron retenciones en los pedales de una complejidad indómita, golpes secos con los pies, ataques furiosos de resonancias radicalmente extinguidas y un diálogo entre el piano, también tañido en su arpa, y la electrónica, que casi podía visualizarse gracias al entendimiento entre el solista y los técnicos del SWR Experimentalstudio. No es …selig ist.. una pieza en absoluto ensimismada, en todo caso sí parece tratarse de una música que busca el consuelo en las reverberaciones electroacústicas y en determinado paisaje sonoro de escala más humana que fugaz y levemente nos es evocado. Andre no renuncia a un lenguaje de raigambre germánica -los pasajes más violentos parecían evocarnos al Stockhausen de los primeros Klavierstücke-, pero tampoco esquiva la belleza, o un cierta idea de la misma; a la postre, es esta una creación (disponible en este enlace) que no renuncia a una serena espiritualidad cristiana; o al menos al intento de hallarla.



El conjunto de Estrasburgo lovemusic presentó a primera hora de la tarde un desigual programa que defendieron con apreciable implicación pero que se encontraba bastante alejado de los estándares de un festival como este. Una reunión de cuatro partituras, dos de ellas en estreno absoluto, sin mayor poso. No benefició en absoluto a esta reunión de piezas (debidas, en orden, a Kari Watson, Hannah Kendall, David Bird y Laura Bowler) que fueran todas ellas hiladas sin aplausos otorgando mayor indefinición a unas creaciones bastante inocentes y tendentes a lo naïve, repletas de estilemas modernistas usados como cliché. Será justo valorar Blue, de Laura Bowler, que pese a venir con un vídeo bastante primitivo, realizó ciertas incursiones en un neomodernismo muy a la manera de un Bernhard Lang; dejando unos últimos minutos razonablemente satisfactorios.



En la anochecida, el contrabajista Florentin Ginot y el técnico de sonido Thomas Wegner, lograron imponer su modesta propuesta (por dimensiones) alzándola como una de esas citas que justifican por sí sola un peregrinaje como el que supone llegar a Donaueschingen. En el Parque del Castillo, al aire libre y con una humedad y frío crecientes, Ginot propició una concentración taumatúrgica cuando atacó los primeros compases de My Light Lives in the Dark, de Carola Bauckholt. Una obra sin ningún misterio o con todo el del mundo, según se vea. La compositora, tan afín a la exploración de los fenómenos naturales en su música, se interesaba por las profundidades de la tierra y de una forma puramente poética logró escarbar sonoridades sombrías y texturas oscurecidas. La electrónica, sobresalientemente difundida más aún con la complejidad de este entorno abierto, ayudó a cincelar esta música pantanosa y llena de intrincados encantos que fue acompañada, puntualmente, por los graznidos de los gansos y el canto de los importunados mirlos en su hora de sueño. El otro estreno, mescarill de Lucia Kilger, intensificó la presencia de la electrónica, que realizó suculentos barridos en círculos acompañada por una iluminación de la arboleda igualmente alucinada.

Con las entradas agotadas el Erich Käster-Halle acogía a Roscoe Mitchell en su segunda comparecencia en el Musiktage después del estreno el día anterior del concierto de George Lewis. Fue recibido con euforia de concierto de rock junto a sus acompañantes, el percusionista Michelle Rabbia y los tocadiscos y electrónica de Ignaz Schick. La sesión (que se puede recordar aquí) rebasó los límites del free-jazz para articularse como una hibridación entre este género de por sí casi siempre desmandado y los contornos del arte sonoro. Ya mediante un Mitchell que inició y terminó la sesión improvisando sobre cacharrería y que, por el camino, pertrechado con unas extravagantes gafas de sol, removió las tripas del saxofón bajo en algunas secuencias escalofriantes construidas mediante ostinatos, en otras simplemente soplándolo sin manos, resquebrajando cualquier atisbo de tonalidad en una escucha aún más virulenta por ejecución de Rabbia y Schick, atentos a un Mitchell que parecía desenfrenadamente querer decir que no hacen falta partituras para herir a cuchillo los oídos.

Sorprendidos por comprobar como la música milimétricamente anotada de Andre y la libre improvisación de Mitchell confluyeron en una estética doliente, tan cerebral como disparada a plomo al estómago, el segundo día lo concluyó el dúo de artistas sonoros Rubbish Music en el Eventkeller. Kate Carr e Iain Chambers utilizaron botellas de plástico vacías, canicas, cartones, estropajos y todo tipo de pequeños e irrelevantes objetos de desecho para lanzarse a su exploración de lo concreto en el que el componente visual de este quehacer no implica la inexistencia de una acción sonora que poseyó interés en sí misma. No ajenos a momentáneos patrones rítmicos, el dúo superpuso su música concreta sobre una base electrónica ambiental de carácter fabril que impulsaba la performance hacia adelante barnizándola de una profundidad acusmática mayor de la que inicialmente podía preverse.

 
Ismael G. Cabral corresponsal de El Compositor Habla en Donaueschinger Musiktage 2024. Octubre 2024



Las fotos son de SWR/Astrid Karger (1 y 2) y SWR/Ralf Brunner (3)
 
 

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