«Helmut Lachenmann: observarse como parte de la tradición, expandiendo críticamente sus horizontes»
27/11/2024
Una crítica de Paco Yáñez para El Compositor Habla
HELMUT LACHENMANN: My Melodies. Horngruppe des BRSO. Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks. Matthias Hermann, director. Pia Steigerwald y Jörg Moser, productores. Klemens Kamp, ingeniero de sonido. Un CD DDD de 68:16 minutos de duración grabado en la Herkulessaal der Residenz, Múnich (Alemania), el 23 de junio de 2023. BR Klassik CD 900643.
Tras el fallecimiento de Wolfgang Rihm el pasado 27 de julio, pocos serán ya los que duden de que Helmut Lachenmann es, hoy en día, la figura viva más importante de la música alemana, una consideración que muchos hacemos extensiva al conjunto de la composición actual, indefectiblemente marcada por Lachenmann en su conquista de nuevos territorios tímbricos e innovadoras fórmulas con las que reinventar una cultura musical vinculada al logos de la que Lachenmann es un directo heredero, uniendo, a través de su gran maestro, Luigi Nono, la tradición centroeuropea y la mediterránea: dialéctica que en su catálogo se ha expandido en muchas otras direcciones, desde Latinoamérica a Japón, algunos de cuyos instrumentos, como el güiro o el shō, no sólo están presentes en las plantillas orquestales para las que Lachenmann ha escrito, sino que marcaron, con sus características de timbre, registro y/o articulación, partituras tan importantes en el desarrollo estético del compositor alemán como Guero (1969-70) o Das Mädchen mit den Schwefelhölzern (1990-96, rev. 2000).
Nacido en Stuttgart el 27 de noviembre de 1935, celebramos hoy en El Compositor Habla los ochenta y nueve años que este miércoles cumple Helmut Lachenmann, y lo hacemos con uno de sus últimos frutos; el último, en términos orquestales, gracias al lanzamiento discográfico que el sello BR Klassik nos ha hecho llegar con el número 43 de su serie dedicada al ciclo musica viva de la Bayerischer Rundfunks, un compacto íntegramente protagonizado por My Melodies (2016-18, rev. 2019-23).
Compositor de lenta producción, alquitarada gota a gota sobre el pentagrama durante años, la que finalmente se ha denominado My Melodies fue una de sus obras de gestación más problemática; en buena medida, por estar escrita para una formación tan poco frecuente en la música contemporánea (inédita, en el catálogo de Lachenmann) como la de octeto de trompas y orquesta (de ochenta y seis músicos), orgánico cuyo encaje en la estética lachenmanniana supuso todo un reto que tardó diez años en ser resuelto, década a la que le hemos de sumar otro lustro más de perfeccionamiento del resultado ya estrenado sobre el escenario: proceso habitual en el modus operandi del genio alemán que disemina todo un reguero de fechas de revisión tras las de composición en la mayor parte de las obras que conforman su catálogo (buena muestra de su alto nivel de autoexigencia y perfeccionismo).
De hecho, aunque la datación oficial de My Melodies indique (tanto en la editorial de la partitura, Breitkopf & Härtel, como en el disco que hoy reseñamos) 2016 como fecha de inicio de la composición, ésta es, en realidad, anterior, comprendiendo toda una serie de esbozos que, finalmente, Helmut Lachenmann reformuló en lo que acabó siendo la actual My Melodies.
De ese arduo proceso de composición (detenido en varios momentos por problemas de salud, compromisos profesionales y dudas sobre la propia creación, que lo llevaron a recomenzar la pieza por completo, generando «una gran confusión») nos hacía partícipes Helmut Lachenmann en las conversaciones que muchos mantuvimos con él antes de ese 2016 que, finalmente, se ha tomado como año de partida para la versión definitiva (adjetivo que en Lachenmann dista de ser categórico) de My Melodies. Un buen ejemplo de ello nos lo ofrece la entrevista que con Helmut Lachenmann mantuve a lo largo del año 2015 en Oporto, con motivo de su residencia artística en Casa da Música. Publicada en el diario Mundoclasico.com, en ella Lachenmann explicita el origen de My Melodies en los siguientes términos:
«La idea de las ocho trompas surgió en los ensayos con Matthias Hermann en Madrid [versión en concierto de Das Mädchen mit den Schwefelhölzern (1990-96, rev. 2000), el 13 de junio de 2008 en el Teatro Monumental], donde hicieron una gran cantidad de ensayos parciales, y uno de esos ensayos parciales fue sólo con las ocho trompas que tocan en la ópera, ¡y sonaba de un modo tan bello! Sonaba más bello que toda la ópera. Entonces decidí que debía escribir algo para esa formación, lo cual me obliga a pensar más en términos de situaciones armónicas. Ya había una cierta especulación armónica en Ausklang (1984-85) y también en Consolation II (1968), lo cual no quiere decir que la gente fuera inducida a pensar si aquello estaba en un modo mayor o menor, si era disonante o consonante; vamos, que era como un accidente de coche, por poner un ejemplo, que no te pones a analizarlo si está en modo mayor o menor. Pero bueno, es un octeto de trompas que en muchos momentos funciona también como dos cuartetos, o como cuatro dúos, en diferentes combinaciones, y he tenido que buscar... Creo que todos los compositores que conozco, cuando se hicieron mayores, volvieron un poco hacia atrás; no porque claudiquen, sino porque quieren ver de dónde provienen».
A esas dudas iniciales se les sumó el hecho de que, tras haber empezado la composición después de un intenso trabajo con las trompas de la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks (orquesta para la que My Melodies se estaba componiendo), Lachenmann desechó el material y volvió a comenzar la partitura, si bien finalmente sí persistió la idea original de tratar el octeto de trompas de un modo poderosamente plástico, esfumándolo entre los materiales de la orquesta no tanto en un rol de solista(s) tradicional, sino a modo de sombra, como Lachenmann explicaba en 2015:
«El conjunto funciona como una sombra. La sombra es para mí una categoría. Puedo cantar una melodía, pero expresarla de modo que arrastre una sombra; de forma que aquí busco hacerlo artificialmente para crear en las trompas una melodía-sombra, lo cual es para mí una categoría de pensamiento».
Ya otorgada una categoría a los solistas (algo en lo que Lachenmann se ha reinventado década tras década, a través de 'conciertos' como Notturno (Musik für Julia) (1966-68), Air (1968-69, rev. 1994), Accanto (1975-76), Tanzsuite mit Deutschlandlied (1979-80), Harmonica (1981-83) o el ya citado Ausklang), las funciones tímbricas y estructurales de las trompas en el conjunto de la partitura vienen dadas por una red que Helmut Lachenmann establece como un mapa sobre el que el compositor va ubicando materiales y eventos sonoros para conocer su repercusión en la totalidad de las energías y los equilibrios musicales, un proceso que el compositor alemán reconocía articulado por medio de un «pensamiento serialista», debido a su forma de trabajar la armonía a través de acordes (y, aunque Lachenmann se refería entonces al acorde en su forma tradicional, la relacionada con la tesitura y el registro de cada instrumento involucrado, uno no puede dejar de pensar que existe otro modo de generar 'acordes' en su música, por medio del ruido y su función tímbrica dentro de esa forma más pictórica de concebir la orquesta que ahora maneja, fundiendo la armonía explícitamente dentro de su propia sintaxis, la musique concrète instrumentale; de ahí, que el propio Lachenmann se haya preguntado con insistencia, a lo largo de los últimos años, por el sentido de los acordes y las formas tradicionales en el presente, dados los actuales contextos sociales y musicales).
Profundamente marcado por lo que Heinz-Klaus Metzger calificó como imperativo moral de progreso (un imperativo que, entre los compositores en los que Helmut Lachenmann se enraíza, comprende desde Ludwig van Beethoven a Luigi Nono), el propio Lachenmann se imponía a sí mismo ese progreso continuo, tal y como reconocía en su entrevista, al relatarnos sus propias exhortaciones para consigo mismo: «Tienes que avanzar, Helmut». Sin embargo, el efectuado en My Melodies parece ser un avance asimilando, de forma aún más consciente, el potencial de la tradición, ofreciendo nuevos contextos a una armonía de la que Lachenmann no sólo es un heredero directo, sino una consecuencia en términos de tratamiento del color instrumental; incluso, cuando opera fuera de los contextos estrictamente armónicos.
Ese refuerzo de sus lazos con la tradición, su re-vinculación con la misma, se produce, en lo que al proceso compositivo de My Melodies se refiere, en un tiempo de acelerado resquebrajamiento de la alta cultura como la forma social prestigiada, fuerte y significativa que muchos de nosotros hemos heredado y reivindicamos, en el marco de una sociedad hoy precipitada a una banalidad y una estulticia galopantes, dominada como lo está por los modelos de triunfo basados en la facilidad y en una hegemonía de la imagen como forma de alienación por parte de estructuras económicas que ya podemos denominar —como lo hace Yanis Varoufakis y no tengo duda de que el propio Lachenmann suscribiría— como tecnofeudalistas.
Por ello, considero que My Melodies comporta, como una de sus razones de ser, la abierta reivindicación de dicha tradición, dado su actual asedio por doquier, ya sea en el desplazamiento de la gran cultura europea de los medios de (in)comunicación de masas (lo de España, al respecto, es esperpéntico, prorrogando nuestra condición de «reflejo grotesco de la civilización europea», que decía Valle-Inclán), ya en los recortes públicos a orquestas sinfónicas, conservatorios, ciclos de conciertos, editoriales, medios periodísticos especializados o programas de apoyo a jóvenes músicos y compositores. Todo ello, no tengan duda, seguido muy de cerca con desazón y criticado por el propio Lachenmann, cuyos vínculos con esa tradición que él mismo encarna en la actualidad se hacen explícitos en My Melodies, y no sólo por esa «nostalgia progresista» de la que Alex Ross habla en Wagnerismo (2020) —quizás, la misma a la que Lachenmann se refería al citar la mirada al pasado en los últimos años de compositores como Arnold Schönberg o Karlheinz Stockhausen—, sino como acto netamente político, sin panfletos ni proclamas, pero sí como una forma de reivindicar un modelo europeo fuerte que se contraponga al American Way of Life que progresivamente está minando no sólo la cultura europea a nivel popular, sino el equilibrio medioambiental y político internacional (panorama, este mes de noviembre, aún más sombrío, tras las últimas elecciones en los Estados Unidos y el rosario de nombramientos de altos cargos en una Administración yanqui que se intuye la más ultra en la historia reciente).
Opuesta a todo ello en términos políticos, artísticos y procedimentales, My Melodies comporta, en todo caso, un gesto de humor por parte de Helmut Lachenmann hacia ese mundo del glamur-cartón-piedra estadounidense, en la figura de uno de sus principales iconos kitsch: Frank Sinatra, cuyo My Way (1969) se evoca en la distancia desde el título My Melodies, reforzando lo que el director Matthias Hermann afirma es la actitud por excelencia en el credo composicional lachenmanniano: hacer las cosas a su manera, enfatizando en los últimos años la búsqueda de una posición de observador activo de lo musical, a través de la escucha, algo que el propio Lachenmann contaba en 2015 de este modo: «Mi nueva idea es escuchar en el sentido de observar: observar la música».
Observar, pero, al mismo tiempo, observar al propio observador: procedimiento de autoanálisis que Helmut Lachenmann pone ahora en un primerísimo plano, si bien éste ha sido consustancial a toda su carrera, teniendo en dicha observación un papel fundamental la dialéctica del yo creador con la tradición: su condición de punta de lanza en la que ésta se tensa y expande. Como igualmente señala Matthias Hermann, la melodía, como fenómeno musical, ha interesado a Lachenmann desde los comienzos de su carrera, en los que los conceptos tradicionales de melodía y armonía le habían sido vetados por Luigi Nono durante su formación en Venecia, como restos de una estética burguesa. Como apunta Hermann, toda una vida ha tenido que pasar, hasta que la palabra «melodía» se ha acuñado finalmente en un título lachenmanniano, si bien estas melodías lejos están de aparecer en su forma pura, ni por lo que a las posibles secuencias de alturas se refiere, ni por la transparencia que a ellas podríamos asociar en una orquesta sinfónica que, en My Melodies, adquiere una complejidad de tal calibre, que hace realmente complejo el discernir elementos melódicos individuales en su conjunto, así como reconocer qué instrumento produce cada sonido, dadas sus alteraciones tímbricas, ya sea por el uso masivo de técnicas extendidas, ya por la preparación de los instrumentos.
Esa dialéctica entre las células instrumentales y el conjunto orquestal vuelve a tener en My Melodies a los procesos de energía como uno de sus núcleos fundamentales, recordando a partituras lachenmannianas escritas en el siglo XXI como Grido (2001) o, muy especialmente, su multiplicación orquestal en Double (2004), con sus trepidantes fases explosivas y sus reverberaciones que, como ecos matizados en distintos colores, rememoran y amplían orquestalmente el trabajo de Lachenmann en partituras como la pianística Serynade (1998-2000), sugiriendo formas análogas a la categoría de sombra adquirida por las trompas en My Melodies. De hecho, los dos pianos integrados en la plantilla de My Melodies tienen un protagonismo muy destacado, bien sea enviando señales al conjunto de la orquesta, generando con ello ritmos, bien como espacios reverberantes: estudio del eco en la caja del piano que Lachenmann ya había trabajado en obras como „ … zwei Gefühle…”, Musik mit Leonardo (1992).
Igualmente, los hasta ocho grupos de percusión desplegados en My Melodies adquieren un papel determinante en la multiplicación del ruido y los ecos de esas pseudomelodías a través de las cuales Lachenmann juega, una y otra vez, con nuestra memoria y la capacidad que dichos sonidos orquestales puedan tener para evocar en nosotros ecos de melodías tradicionales, que no existen como tales, pues, en este sentido, la música de Helmut Lachenmann ha utilizado de forma recurrente más el ritmo, para 'citar' partituras o estilos históricos, con Tanzsuite mit Deutschlandlied como epítome, que lo propiamente melódico o lo armónico.
Todo un despliegue ruidista, por tanto, que nos recordará a partituras de los que Lachenmann dice sus «años heroicos» (comienzos de los setenta), reforzando la poderosa unidad de estilo que caracteriza a su trayectoria artística (al mismo tiempo que convirtiendo a My Melodies en todo un catálogo (y festín) de técnicas del compositor alemán; prácticamente, en un compendio lachenmanniano). En esa rúbrica tan personal, es precisamente el octeto de trompas el organismo orquestal que en My Melodies incorpora un elemento más novedoso, por lo que de filiación explícitamente armónica comporta, al remitirnos a una sección que históricamente suele trabajar de forma más compacta en masas de acordes, como señala Carsten Duffin —trompa solista de la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks— en su conversación con Matthias Hermann recogida en el libreto de este compacto.
Ese contraste entre la orquesta, como mecanismo ruidista, y un octeto en el que la armonía sí juega un papel más determinante a la hora de estructurar su categoría como sombra, es uno de los ejes centrales de My Melodies, confiriéndole su enorme diversidad de registros y formas de construir el sonido, ahondando en la dualidad armonía/ruido.
Por otra parte, y como sucede en tantas obras de Helmut Lachenmann, el octeto de trompas se convierte en una suerte de metainstrumento, en una macrotrompa que, en sí misma, igualmente bascula entre el ruido (retirando sus boquillas, proyectando sonoridades de aire, atacando en flatterzunge, etc.) y una tensa microtonalidad en la que Carsten Duffin sostiene que es fundamental la unión que ésta produce de densidad y simultaneidad, trabajando de formas diferentes a nivel rítmico y armónico, ya sea como un único metainstrumento, ya como lo que podríamos denominar un enjambre de trompas que inyecta vibraciones texturales al conjunto, despertando nuevas activaciones tímbricas en la orquesta, pues no sólo se da en My Melodies una confrontación entre octeto/armonía/tradición y orquesta/ruido/modernidad, sino la proliferación en esta última de elementos rítmicos y texturales que el propio octeto genera, por lo que, además de como sombra, las ocho trompas también funcionan como generadoras de impulsos y materiales progresivamente transformados por la orquesta hasta un minuto final tan sorpresivo como desasosegante, en el que Helmut Lachenmann concluye su obra de un modo inédito en su catálogo, haciendo respirar a los instrumentos cual si de una persona se tratase, de un modo que nos recordará a las piezas más explícitamente fisiológicas de Salvatore Sciarrino a comienzos de los años ochenta, como las sobrecogedoras Introduzione all’oscuro (1981) y Autoritratto nella notte (1982).
Si Helmut Lachenmann ha ido agudizando, a lo largo de su carrera como compositor, su conciencia de ser parte de un gran organismo, como el de la tradición, no menos cierto es que en los últimos años, al alcanzar la vejez, la conciencia de su propio organismo resulta para él mismo cada vez más acusada. Esos compases finales lo explicitan de un modo que puede resultar hasta doloroso para quienes lo escuchamos, pues revelan a un cuerpo progresivamente exhausto, a un compositor al que cada nuevo paso adelante le cuesta un esfuerzo mucho mayor que el anterior, hasta el punto de coquetear con el posible final de su carrera en títulos como el de su segundo trío de cuerda, „Mes Adieux‟ (2021, rev. 2022-24); una despedida, en todo caso, que no ha sido tal, pues Helmut Lachenmann sigue trabajando en la actualidad, inmerso en el que será su próximo concierto.
Por lo que a la interpretación de My Melodies recogida en este compacto se refiere, ésta cuenta con todas las garantías: las del octeto de trompas con el que Helmut Lachenmann trabajó la gestación de la obra, desarrollando con el propio compositor sus técnicas; un octeto al que acompaña una de las orquestas que más y mejor ha tocado la música de Lachenmann en las últimas décadas, la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks, con uno de los mayores especialistas en la música del compositor en la dirección, Matthias Hermann (batuta que, precisamente, había dirigido en Madrid la versión de Das Mädchen mit den Schwefelhölzern de la que provino la idea inicial de My Melodies, por lo que el círculo se cierra, de algún modo, con esta primera grabación mundial en disco compacto de la obra).
El poderío mostrado por la orquesta bávara, su calidad en los detalles y la pulcritud en cuanto a relieves dinámicos (cruciales, en My Melodies), nos permiten una más transparente inmersión en esa síntesis oscilante entre la armonía y el ruido, de forma tan lógica como ésta se da hoy en día en Lachenmann, por más que esta fusión de ruido y armonía se haya convertido en uno de los procedimientos más recurrentes en la mejor composición actual, ya sea en la propia Alemania, con compositores como Jörg Widmann, en la Francia de los post-saturados Franck Bedrossian y Raphaël Cendo, o en jóvenes compositores españoles que, como Hugo Gómez-Chao, integran con total naturalidad la sintaxis de la musique concrète instrumentale con la armonía germánica del Romanticismo, alcanzando cotas de expresividad realmente remarcables.
Los logros de la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks en este estreno de la versión final de My Melodies se asientan, igualmente, en el largo recorrido que esta formación aquilata en la obra de Lachenmann, y con distintos directores al frente, pues fue esta misma orquesta la que estrenó la primera versión de My Melodies (el 7 de junio de 2018; igualmente, en musica viva), con uno de los mejores directores que haya tenido Helmut Lachenmann, el llorado Péter Eötvös. Cinco años después, y de nuevo en la Herkulessaal de Múnich, el 23 de junio de 2023 la segunda versión de My Melodies incorporaba setenta y siete compases más que en 2019, quedando fijado dicho estreno de la nueva versión en este compacto de forma excelente.
De hecho, la cuidadísima edición de este disco por parte del sello BR Klassik nos muestra la conciencia de trabajar con un material excepcional, con lo que el día de mañana sin duda será un clásico; de ahí, su impecable toma de sonido y la decisión de incluir, como complemento a los 44 minutos y 25 segundos que My Melodies dura en este compacto, 14 minutos de ejemplos de la obra, que focalizarán nuestra atención a momentos de especial significación musical, y casi 10 minutos de conversación entre Helmut Lachenmann y Johann Jahn, en los que el compositor contextualiza y da sentido(s) a My Melodies.
La edición del libreto es, igualmente, tan ejemplar como BR Klassik acostumbra, con una completísima información sobre My Melodies (que incluye su orgánico instrumental al completo: dos páginas, debido a los enormes sets de percusión), biografías de los músicos involucrados en esta grabación, un ensayo a cargo de Matthias Hermann y la antes mencionada conversación del director alemán con Carsten Duffin, redondeando un lanzamiento discográfico tan primoroso como recomendable.